Funny Face
Para el americano medio, París es algo más que una obsesión: Es la personificación de la vieja Europa, el romanticismo, y el glamour, y el cine lo ha reflejado en numerosas ocasiones. En el cine musical evidentemente la primera película que viene a la cabeza es Un Americano en París (An American in París, 1951) pero la visión que ofrece es excesivamente idealista y filmada principalmente en estudio. Sin embargo, el París de Funny Face (Una Cara con Ángel, 1957), es el real o, al menos, lo que Hollywood consideraba la realidad de París en los cincuenta.
Stanley Donen, visitante asiduo de este blog, se llevó a todo el equipo a Francia para rodar en exteriores, y contó con el apoyo decidido de Audrey Hepburn, que no quería separarse de su marido de entonces Mel Ferrer y que también se encontraba en esa época trabajando en la Ciudad de la Luz. La utilización de exteriores estaba de moda tras el éxito de On The Town unos años antes pero en esta ocasión la decisión disparó el presupuesto, no sólo por la distancia, sino porque durante todo el rodaje no paró prácticamente de llover.
Hepburn tuvo que desautorizar a su propio agente, que había rechazado el papel, después de leer el guión, y se embarcó en su primera película musical – y última en la que cantó, dado que en la segunda, My Fair Lady (1964) fue doblada.
El papel de Astaire está vagamente basado en Richard Avedon (cuya web es de visita obligada para los amantes de la fotografía) que también participó activamente en la película. Suyas son la imagen de Hepburn arriba que se usa en la película y la maravillosa de Astaire y Hepburn ensayando aquí a la derecha. Ni siquiera se molestaron demasiado en disimular el origen del personaje, llamado en la ficción «Dick Avery».
En la película Astaire/Avedon descubre entre las estanterías de una librería de Manhattan un rostro (Hepburn) y decide usarlo para una nueva campaña de una conocida revista de moda.
Astaire ya tenía 57 años al rodar esta película, pero nadie lo diría al observar cómo se mueve, con esa habilidad etérea que le permitía hacer fáciles los más complicados movimientos, y Hepburn en unos esplendorosos 28 años demostró que tenía una dulce voz que hacía juego con su imagen.
La música de los Gerswhin, en gran parte compuesta treinta años antes para un musical de Broadway, es un valor añadido a esta magnífica producción en la que Donen, experto conocedor de los colores y la iluminación, se sintió a sus anchas.